En nuestro artículo anterior, explorábamos la idea de que para perdonar hay que soltar el pasado. Para lograrlo, primero debemos empezar a observar nuestros pensamientos y emociones. Sí, has leído bien “observarlos”. Al hacer este ejercicio, te darás cuenta de dos cosas:
1 – No eres tu mente. Si puedes observar a la mente, quiere decir que eres algo distinto. No eres tus pensamientos, pues puedes separarme de ellos y mirarlos con cierta distancia, identificarlos, cuantificarlos, analizarlos, etc.
2 – No eres tus emociones. No identificarte con tus emociones es un poco más difícil, pero si observas primero tus pensamientos prestando mucha atención, puedes darte cuenta de qué emociones los acompañan y, de nuevo, ver que no eres mis emociones, eres algo más.
Y entonces, ¿quién es el que está observando? Hay algo más grande que tu mente y más grande que tus emociones que los puede mirar; y no solo eso, ese observador puede relacionar cómo lo que sucede con uno afecta al otro. Al descubrir al “observador” dentro de ti, te sitúas en el control de mando de tu vida.
Para que quede más claro, veámoslo con un ejemplo: Si tu cuerpo fuera un avión, tu mente sería el piloto y el observador (que también podemos llamar consciencia o ser superior) la torre de control. En la torre de control está tu verdadero ser.
La mente es una maravillosa herramienta que te permite razonar, aprender, planear, etc. Pero si la dejas sin conductor, puede empezar a causar destrozos. La mente no deja de crear pensamientos ni un segundo del día o de la noche, y cuando está a la deriva crea cualquier pensamiento, aunque este no me sirva de nada o, incluso, me haga daño.
Las emociones, por otra parte, se sienten en el cuerpo. Mi cuerpo siente de manera física cariño, temor, alegría, enojo, etc. Es, por un lado, la antena a través de la que recibes la información del entorno mediante los cinco sentidos físicos y los sentidos metafísicos (o intuición). Por el otro, es el encargado de dar respuesta física a aquellos estímulos de acuerdo a lo que la mente interpretó de ellos.
Si la mente interpreta un estímulo como agradable, el cuerpo produce endorfinas y serotonina, relajándose y sintiéndose alegre y positivo. Si la mente decide que un estímulo es adverso, produce otro grupo de hormonas y neurotransmisores para que el cuerpo actué en consecuencia.
Cuando mi mente me trae recuerdos del pasado y los imagino vívidamente, el cuerpo vuelve a producir las sustancias acordes al evento y se vuelven a generar las mismas emociones tal y como si el suceso estuviera ocurriendo en el presente. Re-sentir ¿Recuerdas?
Tú puedes elegir tus pensamientos, puedes cuáles te hacen bien y cuáles no. Puedes ordenar a tu mente que pare en seco cuando observas un pensamiento oscuro y obsoleto, y decidir no sentir de nuevo las emociones caducas que te genera.
Está en ti decidir qué pensamientos tener acerca del pasado. Puedo permitir a la mente que vuelva a proyectar una y mil veces la misma película que me deja sintiéndome devastado, deprimido o enojado cada vez, o puedo crear de manera activa pensamientos nuevos y luminosos respecto a ese mismo pasado.
¿Cómo hacerlo? Encontrando el lado positivo de lo que ese pasado te ha traído. Toda experiencia, no importa cuán terrible y dolorosa haya sido, te ha dejado algo: más sabiduría, algún aprendizaje, una oportunidad, etc. De esta manera, puedes ver en aquella situación difícil un escalón más para llegar a un mejor lugar; y en quien me ha causado alguna pena o desazón, a un maestro.
El toque final para transformar ese pasado doloroso en tu riqueza personal es la gratitud. Al momento que te haces consciente de lo bueno que el pasado te ha dejado, se desencadena en ti un profundo sentimiento de gratitud por las experiencias vividas que forman parte de tu camino, que ahora te hacen sentido y que son parte de lo que eres. Si te findes ante ese sentimiento de gratitud, el perdón surge entonces naturalmente y sin esfuerzo, no por un acto magnánimo o porque hayas olvidado lo sucedido, sino porque lo has reinterpretado.
Sanar está en mí
Namasté
Para ilustrar esta publicación:
“Nada es verdad, nada es mentira. Todo depende del cristal con que se mira”
(W. Shakespeare)